Desde el comienzo de los tiempos, la relación existente entre el ser humano -y, por extensión, el niño- y la naturaleza han marcado su aprendizaje hasta el punto de que lo ha convertido en una herramienta más de supervivencia. Sin embargo, esta relación ‘quasi’ indisoluble se ha ido deteriorando con el tiempo; en efecto, en una sociedad que está experimentando la enésima revolución digital y que está tomando costumbres más sedentarias (repasen todo el tiempo que nos pasamos ante el portátil, el móvil, la tablet y otros artilugios), la pérdida del contacto con otras personas y con la naturaleza hace plantearnos si realmente estamos en el paso correcto. ¿Más mundo virtual en detrimento del real, o viceversa? La respuesta radica en la educación ambiental, que ofrece como consejo el que el niño (y posterior adulto) tiene que estar en contacto con las especies de flora y fauna porque este contacto reporta mejoras en la salud, la afectividad, la creatividad y el bienestar. Y es que los entornos naturales ofrecen un auténtico escaparate para los sentidos que beneficiará al cerebro del niño en forma de nuevos impulsos, objetos que ya dejarán de ser abstractos y una total motricidad y cognición (la típica escena de un niño trepando por un árbol, por ejemplo). Necesitamos, ahora más que nunca, que los niños jueguen con niños, que la tecnología la usen para lo necesario y que, en definitiva, protejan y cuiden su salud física y mental. Seamos un poco más ‘verdes’. #medioambiente #naturaleza#cognición