La legislación educativa vigente establece siete competencias clave: comunicación lingüística, competencia matemática y competencias básicas en ciencia y tecnología, competencia digital, aprender a aprender, competencias sociales y cívicas, sentido de iniciativa y espíritu emprendedor, y conciencia y expresiones culturales. Las inercias del sistema, sin embargo, hacen que continúe viva la tendencia a valorar sobre todo los conocimientos asimilados en las materias «clásicas».
Es más fácil poner nota a un test con preguntas cerradas que conceder una calificación numérica a los valores éticos y de ciudadanía que ha desarrollado un alumno o alumna. Es más fácil asegurarse de que un chaval se ha aprendido de memoria las tablas de multiplicar que atender a si plantea posibilidades distintas para resolver un problema, e incluso valorar las más atrevidas si estás bien argumentadas. Asimismo, también es habitual que a la hora de revisar las notas de los hijos, una familia se sienta más satisfecha si los sobresalientes son en lengua y matemáticas que en arte, música o valores.
La creatividad, la imaginación y la adaptación al cambio –además del ya mencionado espíritu crítico– serán algunas de las aptitudes más valoradas en el mundo laboral que viene. Lo explicaba el experto en educación Tony Wagner en su listado 7 aptitudes para sobrevivir. Pero, ¿está el actual sistema educativo fomentando ya la adquisición de esas capacidades? Para responder a esta pregunta, hablamos con algunos maestros.
José Martínez Alcolea, profesor del CEIP Benjamín Palencia de Albacete, cree que todavía el profesorado «está acostumbrado a unas metodologías muy directivas y al libro de texto como principal recurso de aprendizaje», lo que no es precisamente el mejor vehículo para enseñar imaginación y adaptación al cambio. «A menudo los maestros andan preocupados por acabar el temario y favorecer tareas de investigación o análisis de la realidad es considerado como algo que quita tiempo de lo importante. También las familias piden a la escuela contenidos que sean fácilmente observables y calificables, eso les da seguridad», reflexiona Alcolea, conocido por su uso de proyectos de innovación educativa en clase.
«Parece sencillo evaluar por competencias, pero no lo es. Los docentes hacemos el esfuerzo por integrarlas en nuestras áreas porque la normativa dicta qué debemos hacer, pero no ofrece los medios ni la formación necesaria para ello. Equilibrar la ecuación consiste en conocer a nuestro alumnado, en ofrecer a cada uno/a lo que necesita, en disponer de recursos, en considerar que cada persona es única y que tiene su forma de aprender», afirma Almudena Hernández Humanes, maestra de disciplinas artísticas y jefa de estudios en el colegio público Amador de los Ríos de Madrid.
La falta de valoración de habilidades consideradas «no prioritarias» o extracurriculares lleva a niños y niñas perfectamente capaces a sentir que no son inteligentes porque no consiguen memorizar el vocabulario de inglés o tienen maneras poco ortodoxas de enfocar los problemas matemáticos. Y al contrario, cuando un maestro descubre cómo otorgar valor a una aptitud «no convencional» del niño, eso es a menudo el clickque este necesita para otorgarse a sí mismo el valor que merece.
«La escuela debería ser capaz de detectar los talentos de cada uno y fomentarlos, y de hecho, a menudo se hace, aunque más de forma intuitiva: un docente detecta que un alumno es bueno escribiendo y potencia esa habilidad. Pero el talento y la creatividad encajan mal con la rigidez académica», concluye el profesor Alcolea.